Saturday

Corea y los...


...Visitantes

Entre muchas cosas buenas que tiene la tierra de la serena mañana, no destacaría precisamente la forma de enfocar la relación con la gente de fuera (evito la palabra malsonante y excluyente que se suele emplear en castellano para referirse a las personas nacidas en otro país...).

Hay un sesgo demasiado evidente en el trato hacia los visitantes o residentes caucásicos o japoneses -por un lado- y todos los demás, por el otro. Hace poco, en un programa educativo de la TV para discutir el concepto de "discriminación" ponían como ejemplo un vídeo rodado en el centro de Seúl en el que dos turistas, uno blanco y otro del sudeste asiático, preguntaban por una dirección a los viandantes. En el caso del turista blanco -y a pesar de la timidez que suele caracterizar a los coreanos en lo que se refiere al uso del inglés- la gente se volcaba. Casi se iban con él hasta el sitio. El chico del sudeste asiático pasó el tiempo preguntando sin que nadie se parase siquiera a ver qué quería.

Creo que en ningún otro país del mundo se puede dar el insólito caso de que una persona no nativa de un idioma corrija a un nativo la manera en que éste se expresa en el idioma en cuestión, el suyo. No sé si tal cosa tendrá raíces en la filosofía confucianista, ni si entre coreanos será algo comúnmente aceptado. El caso es que no creo que sea una actitud que favorezca mucho el trabajo en equipo con personas de cualquier otro país. De cara a la internacionalización que con tanto afán busca el país, y la a que destina tantos medios, creo que la mejora obsesiva del nivel de los estudiantes coreanos en el conocimiento de lenguas o en la acumulación de información sobre otros países no es tan conveniente como lo sería realizar un esfuerzo por aumentar la receptividad y sensibilidad respecto a otras culturas y la adaptación a actitudes que prácticamente en todo el mundo son consideradas gestos que favorecen la convivencia y el intercambio cultural. Y es que los esfuerzos de Corea por adaptarse al mundo son un poco como la metodología que se suele aplicar en las escuelas al estudio de idiomas: compulsivos, poco observadores de la realidad exterior.

Al principio, cuando la gente me dirigía un saludo en inglés -lengua que antes me suponía una tremenda ayuda pero que últimamente intento no usar por las connotaciones colonialistas que tiene en este país- simplemente al ver mis rasgos occidentales, lo tomaba como una muestra de su hospitalidad para con los visitantes y como una expresión de su deseo de que me sienta lo más cómodo posible en un lugar que, después de todo, es muy distinto culturalmente de mi país de origen. Últimamente, sin embargo, no puedo evitar que esos saludos en inglés me suenen a recordatorio de la barrera psicológica que existe entre Oriente y Occidente, y de que, en Corea, una persona con rasgos occidentales siempre estará del otro lado de esa barrera por mucho que se esfuerce en integrarse. En la TV aparecen a veces personajes caucásicos que se supone se han integrado a la cultura y al idioma coreano -se supone que ahí reside su atractivo como estrellas de la pequeña pantalla-, pero lo poco que he visto esos programas me ha bastado para decidir que, si eso es lo que se entiende por integración, prefiero seguir siendo para siempre el turista recién llegado que, mapa en mano, pregunta por un museo.

Pocas cosas me han hecho sentir tan bien en este país como cuando la gente me hace sentir integrado. El detalle de la señora mayor y la máquina de café, que conté hace unos días, bastaría para compensar toda la discriminación que siento a menudo cuando la gente se niega a hablar conmigo su idioma o me trata como si fuese un infante. "Oiga, que soy extr..., no gilip..."- me siento impulsado a decir a veces. Pero la primera de esas palabras me resulta demasiado malsonante y burda para pronunciarla. Además, en coreano suena muy parecido a "extraterrestre". De hecho, yo tengo lo que en inglés se conoce como Alien Registration Card. Y también los siete pasajeros que me preceden...

Con un niño de 7 años fui hablando el otro día en el metro. No recuerdo cómo empezó la conversación. El pequeño iba con su madre; iban al hospital. Le di un boli original que había cogido en algún sitio y cuando le dije que estaba estudiando allí, me preguntó "¿estudias en el metro...?" con cierta extrañeza pero enfatizando lo cómico y dirigiéndose a mí con naturalidad, sin importarle que tuviese rasgos distintos a los que está acostumbrado a ver. Los niños no saben de prejuicios. Ni la señora del café. Qué bendición de encuentros. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido al dragón eléctrico del subsuelo por brindarme un espacio paralelo de convivencia e intercambio de sabiduría. Un niño algo rellenito, como yo cuando era enano, y con pinta de travieso pero de los que se te cae la baba, como todos mis sobrinos. Le dije a la madre de este niño que me recordaba a mi sobrinico el pequeño..

Pero, volviendo al tema àrido de imagen poco seria que las personas caucásicas -y en general todos los de fuera- tienen ante la gente de mediana edad de este país, creo que no es tanto culpa de los locales como algo que nos hemos ganado a pulso a través de las actitudes de visitantes y residentes como los que, procedentes de la metrópoli capital del Imperio, y con la impunidad que les brinda una legislación específica de índole colonialista- hacen de las suyas en los alrededores de los cuarteles que tienen por todo el territorio de este pobre semipaís, o los que por algún motivo se creen superiores al pueblo que los ha acogido y proporcionado la oportunidad de conocer una cultura rica y milenaria.

Esta es mi forma de verlo a fecha de hoy. A lo mejor mañana lo entiendo todo de otra manera.

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